Análisis y crítica teatral: El juicio a la democracia. Segunda parte de la trilogía “Lo extraño”. Colectivo Interdisciplinar Experiencia Humana
*Valoración: 2 espresso
El colectivo interdisciplinar Experiencia Humana presenta El juicio a la democracia, segunda entrega de su trilogía Lo extraño, una propuesta escénica que se adentra con lucidez en el malestar contemporáneo, el agotamiento de los discursos políticos y la sensación de fractura colectiva.
La obra se instala como un ritual de confrontación, una experiencia que exige al espectador no sólo mirar, sino reconocer en escena su propio reflejo: una sociedad que debate, juzga y condena sus ideales más sagrados. Desde su inicio, la puesta tensiona los límites entre ficción y asamblea, entre representación y juicio, exponiendo las contradicciones internas de un sistema que, en su intento por justificarse, se desmorona frente a su propio espejo.

Una dramaturgia del desasosiego
La propuesta se construye sobre un dispositivo simple pero contundente: un pequeño parlamento donde los personajes —figuras alegóricas y cuerpos comunes— discuten el destino de la democracia.
El espectador se ve interpelado, arrastrado hacia el dilema ético de decidir junto a ellos, mientras el absurdo y la ironía revelan una verdad incómoda: no hay afuera posible del sistema, todos estamos involucrados.
El tono de la obra oscila entre el humor corrosivo, la melancolía y la tragedia. En medio del caos escénico emerge una constante: la muerte —no como final, sino como una presencia que atraviesa lo político, lo corporal y lo social— Aquí, la muerte es también el miedo que nos paraliza, esa fuerza silenciosa que detiene los cuerpos y condiciona las decisiones.
Esa muerte que mueve su filo sobre nuestras cabezas, recordándonos su vigencia no solo en nuestra aberrante historia nacional, sino también en los múltiples
pasajes de la historia de la humanidad.
Una muerte que respira en cada gesto, en cada palabra, como una sombra que acompaña a los personajes y al público por igual.
Todo parece resonar en un mundo que se disuelve lentamente en su propio discurso. Surge la pregunta: ¿podremos matar a la democracia?
¿O es el miedo —ese mismo miedo que inmoviliza— el que nos impide dejar que el caos reine?
Esa presencia ineludible terminará por cerrar la boca de los espectadores, que rogarán no matarla, que suplicarán seguir intentándolo.
Porque mientras la historia nos observa y el Estado nos aplasta, somos nosotros mismos quienes, una y otra vez, acercamos la cabeza al filo.
Interpretaciones y hallazgos escénicos
El elenco sostiene la tensión con precisión y energía. Katy López ofrece una interpretación destacable al encarnar a la propia democracia: un cuerpo desgastado, cínico y victimizado, que interpela directamente al público con una mezcla de ironía y desamparo.
Andrés Ulloa aporta solidez y presencia, dotando de ritmo y gravedad los momentos de mayor densidad verbal.
Mención especial merece un Martín Sánchez que interpreta a un maniquí de multitienda con sorprendente gracia: su cuerpo vacío y rígido se convierte en un símbolo inquietante de la alienación contemporánea.
La dirección equilibra con acierto el caos y la estructura, permitiendo que la obra respire entre momentos de tensión extrema y silencios cargados de sentido. El humor, lejos de ser un alivio, funciona como detonante de la reflexión.
Un intermedio que también habla
El breve descanso entre funciones —una pausa de diez minutos marcada por un reloj en cuenta regresiva— se convierte en parte del propio discurso. La espera, el tedio, esa sensación de estar fuera del tiempo, se entrelazan con la idea central de la obra: la imposibilidad de escapar del sistema, incluso cuando este parece detenerse. Por otro lado, resulta un momento agotador: si vas solo, no fumas, no sientes necesidad de ir al baño y lo único que quieres es seguir viendo teatro, pero la pausa irrumpe, interrumpe el flujo, disipa la energía, y luego, al volver, cuesta retomar el ritmo.
Esa “uña encarnada” aparece como una metáfora precisa del malestar: una pequeña herida persistente que, por más mínima que parezca, impide avanzar sin dolor.
Repetir hasta decir otra cosa
La música acompaña la puesta en escena como una corriente que se adapta al ritmo de la obra: a veces intensa, capturando la tensión con precisión; otras, más discreta, casi invisible, pero siempre dentro de un mismo bucle: un loop que es también nuestra historia, esa sensación de repetición constante. Parece que todo va a volver a ocurrir, o tal vez es la verdadera tensión —el miedo que habitamos encarna la sensación de repetición, de un tiempo que se pliega sobre sí mismo-. Allí también se instala la obra: en la reiteración de historias ya conocidas, ya vividas. Sin embargo, logra reconfigurarlas, encontrar en su repetición nuevas formas de ser contadas.
Conclusión
El juicio a la democracia expone al Colectivo Experiencia Humana como una agrupación dispuesta a incomodar, a arriesgarse con una teatralidad que cuestiona y provoca.
Si bien la primera parte de la trilogía dejaba sensaciones desiguales, esta segunda entrega adquiere mayor madurez escénica y conceptual: equilibrando pensamiento y emoción, crítica y provocación.
Su teatralidad se saborea como un espresso doblemente intenso: amargo, necesaria y estimulante.
Un recordatorio de que, en tiempos de crisis, el arte sigue siendo uno de los pocos espacios donde aún podemos —al menos— juzgar lo que somos.
Por Felipe Lira. Creador escénico. Programador Teatromuseo



