Susana “Su” Obando Morales fue una de las expertas internacionales invitadas como parte de la curatoría de programación de Rockódromo con una banda invitada de Bolivia, también participó en su área de Industria. Tuvimos la oportunidad de conversar en profundidad con ella, quien es CEO Grito Rock y EMV Music.

Su experiencia la ha llevado por diversas instancias promoviendo la paridad en las prácticas musicales, lo que también es parte de su quehacer.

¿Cómo ha sido el camino de tus luchas, por ejemplo por lograr paridad y cupos de género en instancias musicales?

-Más que complicado el cupo de las mujeres en la Industria Musical, el tema tiene que ver con que haya un posicionamiento de la inclusión de género, donde sí nos enfrentamos a un machismo muy torpe que tiene que ver con el ritmo de trabajo. Hay que dialogar con todas las capas de producción y eso es un desafío, pues cada capa tiene sus códigos, desde los artistas hasta el que ve los cables… todos tienen otra manera de pensar y lógicas que hay que deconstruir. Nosotras desde Grito Rock, como productoras, hemos entrado a hacer esta tarea, de deconstrucción de prácticas y entender que todos somos un equipo, generando una narrativa de género que es la que hay que posicionar. Hay que partir por eso: en tomar decisiones y eso es una posición de privilegio, lo sé, hay mujeres que no pueden hacerlo por diversas condiciones. Nosotras en Grito hemos posicionado esto y que todos y todas son parte de un equipo con roles y una cultura de género que va con la producción del festival.

¿De qué manera crees que hay que avanzar en este sentido? ¿Qué otro trabajo crees que hay que hacer desde el posicionamiento?

– Como mujeres nos falta “empoderarnos” y formarnos y generar un intercambio de información. He podido liderar mesas de trabajo y producciones y eso es un privilegio como decía, pero aún estoy en un proceso de deconstrucción yo también. Siento que ahí hay mujeres que no tienen estas posibilidades, por lo que hay que hablar. Contar lo que hacemos y lo que nos pasa en los medios o trabajo. Intercambiar información permite acceder a instancias y formación, lo que tiene que ver con este empoderamiento que hablaba: tener espacios que permitan crecer desde el compartir experiencias. Y hay que revisarnos como constante ejercicio, hombres y mujeres, intercambiar saberes y ser parte de redes que te permitan esto.

¿Cómo ayuda ser parte de estas redes? ¿Crees que es necesario asociarse, vincularse?

-Es clave. Me destaco como la hija de las redes. Mi formación tiene que ver con el lograr ser parte de diversos grupos en los que fui trabajando en equipo, lo que me permite apostar desde otra lógica de trabajo, desde la inteligencia colectiva. Es importante pensar desde lo colectivo y consultar sobre las ideas y decisiones que una va formando. Las plataformas son fortalecimiento de conexiones afectivas, con quienes compartes información. Hay que tener mucha paciencia porque es un proceso largo, de tejer las redes, es permanente. En esa diversidad también está la riqueza y eso toma trabajo e impulso para mantenerlos, con protocolos de cuidado y contención, donde la clave es comunicarse para ser parte de la comunidad.

En otro tema, ¿cómo ves la música en latinoamérica? ¿Qué es lo que has podido observar?

– Este año es lo que más nos hemos cuestionado con un grupo de productores en Grito Rock, donde hay gente de Colombia, Bolivia, Panamá y Chile. Es difícil seleccionar propuestas porque hay mucha diversidad. En el rock sobre todo, hay mucha transformación. Se está dando que se abre el mundo a las colaboraciones, que es algo fácil de entender para los artistas urbanos, pero no tanto en otros estilos, donde hay códigos y estructura que les lleva a cierta estética más exigente, por así decirlo. En este caso, siento que la música ha ido transformándose porque hay unas fusiones, más propuestas experimentales. 

En Bolivia nos ha llamado la atención la combinación de estilos nuevos. Usar el sonido del agua, por ejemplo, o fusionar una parte chica de lo que es otro instrumento, y en Latinoamérica se está dando esto que deriva en nuevos géneros, que no caben en categorías, creo que ahí hay cosas interesantes.

Otro ejemplo es que en Bolivia llegó una banda llamada Gavilla Changoreta, de Colombia, con un rock caribeño impresionante que nos dejó alucinados. Está lejos de lo tradicional. Nos demuestra que la salsa y el rock se pueden combinar y esto se está dando bastante en la región. Sale algo interesante, fuera de la zona de confort y es que el público quiere ver cosas novedosas y combinación de estilo. Creo que es una transformación para bien en la música, engancha a nuevas generaciones también, pienso que va por ahí también: este ya no es el mundo de los 90, o de los 2000, es de una civilización mucho más compleja y la música debe representar eso. En Europa ya sucede, dialogan estilos que crean nuevas composiciones abiertas y diversas, libres. 

¿Es primera vez que vienes a Rockódromo?

– Sí, pero había conocido Valparaíso. 

¿Acá cuál ha sido tu rol y cuáles son tus expectativas de la visita?

-Estoy bien agradecida, pues se ha intentado vincular y queremos celebrar esta alianza con Grito Rock, donde la idea es ahora llevar una banda de las Escuelas de Rock con su curaduría, así es como yo vine a cerrar y fortalecer esa alianza a través de acuerdos. A la vez, estoy acá como programadora y productora para intercambiar las prácticas y estoy acompañando a la banda La Poncho que estuvo en Rockódromo, ya que representamos a la banda y les guiamos también en la actividad. También es importante marcar presencia femenina en los encuentros, así que ese es otro rol que vengo a compartir.

¿Cómo es la escena musical en Bolivia?

-Sí, es algo que existe como Industria pero más guiado a lo tropical y al folklore. El folklore boliviano es exquisito, rico y muy poderoso y con mucho impacto en cuanto a audiencias. Hay una buena calidad en relación a composición musical y producción musical, hay bandas muy sobresalientes en diversos estilos, como La Poncho, que sabe mezclar géneros diferentes, te interpela. También tenemos La Luz Mandarina, que tiene una propuesta interesantísima, que están funcionando en su calidad, composición y la puesta en escena. Cada vez veo más escenarios conceptuales, con una exigencia mayor para el publico que logra generar comunidades fans, por ejemplo. Luzmila Carpio es otra maestra de la música boliviana, ella hace folklore y ha colaborado hasta con rock metal. Ella hace música bien lírica desde lo tradicional y los sonidos que se hacen en los pueblos indígenas, es de una voz exquisita y que es única. Tenemos mucha identidad e interculturalidad en cuestión de música.

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