Camila “CAMI” Gallardo es una artista en llamas: tiene mucha energía creativa y dentro de todo lo que está armando, tuvimos la oportunidad de conocerla de manera virtual, donde transmitió su ímpetu y qué es lo que está haciendo con su gira actual “Anna está alucinada”, donde se deja llevar y transformar por este impulso que la posee. Su trayectoria la ha llevado hasta aquí, a un nuevo punto de creatividad y transformación.

Descubramos más de su nueva propuesta que la trae el próximo 20 de mayo al Teatro Municipal de Viña del Mar.

¿Quién es “Anna”, qué hay detrás de este concepto y etapa que enmarca el show que vienes a presentar a Viña del Mar? ¿Por qué la creas?

– Ufff. Anna ya estaba creada, viene de mi segundo nombre, Anastasia, que significa resurrección (como se llama mi último disco) y después de eso, viene la vida. Anna en ese sentido es “después de la muerte”. 

Tuve la gran experiencia de estar dos meses grabando en el sur de Chile, componiendo, produciendo y aprendiendo de la naturaleza, lo que me inspiró en ese sentido. Ver de cerca la hermosa capacidad que tiene todo lo que vive de mutar, cambiar, transformarse como las estaciones del año. Me resonó algo tan cotidiano como es la naturaleza, que está tan presente que a veces no le tomamos el peso a la tremenda musa inspiradora que es. Estuve absorta en eso, conmigo y con mi equipo, claramente siendo aprendiz además de ejecutora.

La música es como una fuente de energía, se te ocurren las melodías y las letras, el camino. ”Se me ocurre”, digo, pero es parte de un proceso. Anna tiene canciones que están súper conectadas las unas con las otras, a la vez muy distintas, que hacen referencia a lo que me estaba y está pasando. 

En este sentido, ¿qué es lo que te importa transmitir con la música que estás creando ahora?

– Creo que si hay algo que me gustaría traspasar y entregar es justamente esta importancia del cambio, del ver qué pasa después de estas “muertes”: entender que hay cosas en nuestro día a día que van muriendo, no sólo físicamente, es algo también espiritual en todos nosotros. Es parte de crecer, del dolor, qué nos duele para quebrar y recomponer eso mismo. El sistema de valores que cada uno construye y adquiere tiene un contexto, afecta mucho a estos cambios, y la música es parte de esos contextos. Es un espacio recreativo del día a día al que a veces no le tomamos el peso histórico que tiene para la humanidad. Las modas actuales son muy cortas, por lo que no nos permite el desarrollo de un concepto creativo, sino que sólo agrada el algoritmo y eso es súper dañino para un mercado, ya que la identidad está en constante mutación. 

¿Cuál es tu mirada de esto último que mencionas, lo que provoca el algoritmo en la música?

– La música es de fácil acceso y por eso es clave, y  hoy en día está en un momento de crisis muy intenso, con cosas que se imponen o desaparecen de manera forzosa. Actualmente la manera de entrar a un mercado es lo que prima, lo que va condicionando el algoritmo y entregándole este espacio vicioso que no nos damos cuenta lo peligroso que es. 

Es difícil hablar de las décadas históricas y musicales, no tenemos un entendimiento adecuado de la temporalidad que estamos viviendo, qué artistas marcan – de distintas maneras – y activan a la comunidad. Esas son las incógnitas que tengo como oyente. No digo que toda la música deba ser de una forma, hay para todos los gustos, pero en el mainstream hay una imposición de estilos y falta de tolerancia al cambio, como si las audiencias fueran el artista… bueno, es una crítica que tengo hacia mi propio mercado e industria y espero que ocurran cambios en el oyente, que son realmente  los que deben ir sugiriendo y reencontrándose con el espacio catártico y ritual que es un concierto, por ejemplo. Ahí hay euforia colectiva, que es tremendamente mágica. 

Volvamos a “Anna”, que de todos modos tiene que ver con esta mirada crítica que compartes…

– Sí. En mi búsqueda… Anna es todo esto: es una construcción rebelde de mí misma, una guía, una mentora, la que me exige también. Ya no puedo hacer oídos sordos a lo que ya he visto y conozco, ni a la tremenda fuente de energía que es la música, no la puedo obviar. He visto el impacto de las canciones en la gente y eso lo he vivido. Es impresionante la cantidad de historias que hay detras de canciones como “Rosa”, las personas almacenan su propia historia en una canción y eso es la música en su máxima expresión. 

Hoy, en ese sentido, me pienso como una trabajadora de la música, estoy al servicio de ella y “Anna” Fue eso: darme cuenta de que soy una canalizadora de algo que está muy arriba, no sé de dónde viene, pero es una responsabilidad para ir siempre proponiendo y probando otros canales para transmitir mi música.

¿Me puedes contar un poco más de la propuesta artística de tu actual show, que te trae al Teatro Municipal de Viña del Mar?

– Bueno, primero, yo bailo ballet desde chica, por lo que el escenario lo he visto como algo más teatral. En la medida que he ido creciendo, me voy encontrando con mi propio escenario, también es algo que me ha llamado siempre la atención, hacer un espectáculo más cinematográfico, invitando a algo más sensorial e inmersivo, por así decirlo. 

Cuando veo a la gente desde el escenario, los veo tan “metidos” en la canción, están en un estado de alerta absoluto donde todo lo que pasa es parte de la experiencia: las luces, el ritmo de la música, el mío, cuánto me abro a la vulnerabilidad, es abrir un cofre hermoso. El show parte muy enérgico y dominante y luego voy a esta vulnerabilidad, veo que se genera un ambiente único donde todos hacen lo mismo, de mucha entrega mutua. Sé que sentimos nuestra energía mutuamente. Quizás suena muy “hippie”, pero no puedo negar que se siente así. 

Hay mucho movimiento, ya que tengo mucha energía. Hay vulnerabilidad, puesta en escena y elementos performáticos… tiene que ver con una profundidad de la experiencia, fortaleciendo un relato del show, que son varios actos y escenas diferentes. Ha sido muy entretenido escribirlo y visualizarlo en el escenario.

Finalmente, ¿qué te obsesiona escuchar hoy por hoy? Musicalmente hablando.

– Justo tengo mi Spotify abierto, veamos. Está la artista Robyn que me encanta. El jazz también es un espacio o lugar muy alucinógeno para mí, despierta motivos artísticos muy interesantes. También la argentina Juana Molina, me fascina su trabajo, es una gran referente. Olivia Dean, Slowly Rollin’ Camera, que es como jazz progresivo, medio cinematográfico, lo que me quita el sueño. Me encantaría ser productora musical en una película, tengo muchas ideas en ese sentido. ¡Eso!

Encuentra aquí las entradas para “Anna está alucinada” en Viña del Mar.